En mi familia nadie llevaba tatuajes antes que yo. Recuerdo que cuando éramos pequeñas mi hermana, mis primas y yo nos escondíamos de nuestros padres y la abuela para que mi tío (de los mas jóvenes) nos pusiera un poco de alcohol en la piel y encima el envoltorio de un mazapán que llevaba en el frente una enorme rosa roja.
Mis padres siempre pensaron que los tatuajes los podían lucir solo ex convictos o drogadictos. En México la cultura del tatuaje nunca ha sido muy aceptada, a un hombre con la piel marcada se le ve mal y se le tiene poca confianza (de las mujeres ni hablar).
Recuerdo que los 15 años cuando le pedí permiso a mi padre para ponerme un piercing en la lengua, al ver que mis amigas lo llevaban, él me respondió algo así como “de donde te pongas el piercing te voy a colgar” y yo, al ver su amable y amorosa respuesta desistí . Si le hubiera mencionado la palabra tattoo, no imagino cuál habría sido su respuesta.
A los 18 me fui de casa, y en ella se quedaron los prejuicios, las reglas de papá, el tabú y los permisos negados. Me tatuaron unas flores en el hombro izquierdo, una flor por cada miembro de mi familia, dije que seria el primero y el último. Mentí.
Besos con tinta, Louisa